sábado, julio 01, 2006

noviembre

Tapara


Qué casualidad, yo tambien tengo un texto con lluvia... es del noviembre 2005

Esto es un fragmento:


Noviembre


El tiempo ha traído la melancolía.
Eso piensa detrás del volante en una tarde de lluvia mientras rueda lentamente por las calles, para nada, para ir de compras, para estar protegida de cerca por las paredes de su carro y moverse hacia adelante. Las figuras de transeúntes se dibujaban frente a sus ojos con la nitidez de esos días de atención desmesurada cuando el espacio interno de uno parece ensancharse desbordando el cuerpo y tocar todo a su alrededor. Con piedad. Con distancia. Con lejano asombro. Con la piel, los pezones y el alma y el vértigo de reconocerse en la mueca que exhibe uno de tus semejantes al luchar con el paraguas mientras el taxi se va, en el gesto de arrebujarse en su sweater de aquella mujer encorvada, en las lágrimas de esa otra, inmóvil, que corren por su rostro mojado, en los mega – afiches de los cines y tímidas hileras de luces urbanas que se prenden al atardecer.
Divina maniobra del destino, la que hoy esté lloviendo. Le va como un guante la lluvia afuera, las gotas que rebotan en su burbuja de chapa metálica.
Las calles se suceden como los días y ya es otra vez viernes, otra vez noviembre, y la ciudad comienza a engalanarse de bombillos navideños y se apresura de agotar el calendario como si la clausura del año perdonara las fallas y cerrara lo inconcluso para que estrenemos, purificados por el bonche final, una vida nueva en enero. La gran puesta a cero de los contadores. Todos nuevos, incontaminados por los desechos tóxicos de nosotros mismos acumulados durante los trescientos sesenta días del año. Todos con una nueva oportunidad de vivir de verdad, sin holgazanería, y avanzar —lo que se llama avanzar de verdad —en la vida en vez de hacer tus tareas cotidianas y dejar apenas que ella te empuje. Año nuevo, vida nueva. Amén. Metafísica de praxis cotidiana extra-oficial, no inscrita en ninguna parte y sin embargo vigente en las guirnaldas de luces que trepan cual parásitos luminosos por los árboles y los postes.
Circula, mientras calcula mentalmente lo que puede gastar este año en los imprescindibles regalos, antes de zambullirse en las entrañas de los sótanos de algún centro comercial, separarse del carro, dejar que la escalera mecánica o el ascensor panorámico la deposite en la ilusión de una plaza hueca, bella de luz y colores, de la que parten cuatro calles bordeadas de vitrinas deslumbrantes, sustituto de los bulevares de la pobre ciudad desvencijada que se quedó afuera bajo la lluvia. Los desperdicios mojados sobre las aceras, los puestos de buhoneros tapados con plástico.
Aquí, discreto ambiente musical. Decoración navideña. Vitrinas

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