martes, mayo 29, 2007

"El proceso de esculpir, al igual que el de pintar o el de escribir, comprende un primer plano en el que cuesta emplearse. Un rústico periodo donde el miedo te impide el ejercicio. In miedo que incita a la deserción y a la fuga: cualquier data del entorno atrae tu atención, te arroba y te seduce en detrimento del trabajo. Si te esmeras y consigues salvar ese obstáculo haciendo un denodado esfuerzo por concentrarte, lograrás consagrar un buen número de horas diarias a la creación. A esta la llama él la fase del oficio, que es lo mínimo que se exige a todo iniciado, y no conlleva más propósito que fijar la atención en lo que se hace. Se dice fácilmente, pero no lo es. Muchos se ven obligados de echar mano de insospechados recursos para conseguirlo. No obstante, la mayoría se queda en la carretera. Es la etapa a la que hay que aspirar. Se logra, pero supone demasiado sacrificio, demasiado tesón. El diálogo con la obra entraña periodos de gran concentración en los que el escritor, el músico, el pintor, se cuece en sí mismo en un torrencial monólogo interior, se acrisola y avanza hacia un punto desconocido, pero en unidad. En esa medida y si el quehacer es sostenido puede llegar el salto. No suele ocurrirle a muchos, pero si sucede, el universo cobra sentido, los materiales se acoplan, las piezas encajan y la belleza te comienza a sonreír. Es la fase de las endorfinas. El trabajo te las hace segregar. El placer se vuelve un estado y la concentración un vicio. " Oscar Marcano, Puntos de sutura
Amigos, celebro con ustedes este fragmento donde cada quien puede tocar el estado de sus propios silencios. En mi caso, aunque comencé con las endorfinas, y ahora no logro pasar a la segunda etapa. La del oficio. La de la concentración. Tal como lo dice Oscar, el maestro de las palabras exactas, el entorno, el trabajo, la salud, los quehaceres cotidianos y especiales me invaden con sus urgencias, con el primero termino esto, y cuando lo termino, hay que llenar alguna planilla o se echa a perder la lavadora o un amigo llama para compartir lo que se sabe y todavía se ve en un canal y dos o tres frecuencias radiales que quedan, y aunque casi no logro escucharlo por culpa de las sirenas y los cacerolazos es importante hablar de esto, como para afirmar nuestra cordura frente a la realidad. La realidad sigue ahí, conmigo o sin mí, y no es sólo por culpa de sus apremios que mi propósito de concentración se aleja como un espejismo. No me cuesta concentrarme en mi trabajo, en modelado 3D de complicados detalles metálicos, o en una tesis académica (a propósito: resultó excelente), lo extraño es ese bloqueo interno que se opone a todo afán de eficiencia a la hora de armar, por ejemplo, una sinopsis, un esqueleto para una novela, noveleta, cuento, el simple trazado de ruta cuando pongo las manos en el teclado, en vez de dejarme llevar por lo que viene solo... hasta que se tranque.
Quería compartir esto con ustedes, especialmente con Humberto quien, creo, en algún momento, había conseguido ese segundo nivel: el de la concentración y el oficio.
A propósito: les recomiendo este libro. Es una joya de palabras exactas, de una resignada sabiduría aderezada con un chorrito de sentido de humor en lo más profundo que implica este término. A través de la gelatinosa superficie del sin-sentido de la vida plasmado en un entramado de historias poco conexas, se transmite una sensación precisamente opuesta, la del profundo sentido, que sólo se cuela a veces por el filtro del arte y la literatura.

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