lunes, julio 12, 2010

Fiesta en El Valle (I)

-No señor, yo para El Valle no me meto a esta hora, qué va- les dijo el taxista sin siquiera pensarlo.
Plácido y Domingo caminaron una cuadras más para tratar de conseguir un taxi que los llevara hasta la fiesta del poeta Ramiro. Plácido caminaba con pasos acelerados, con cierta ansiedad en el cuerpo. Caminar con un poema terminado en el bolsillo, un poema que había trabajado por varios días, le hacía respirar un cierto aire de triunfo, se sentía con ese impulso a veces desenfrenado de los artistas cuando están al borde de una obra que consideran importante. Plácido siempre se sentía al borde de una obra importante. Al borde, al borde, sintiéndose siempre en los límites, pero del lado de afuera, esperando entrar al círculo de los grandes. O será también el alcohol en su sangre lo que le tiene en ese estado. Todo es parte de los mismo, piensa Plácido, el poema, mi poesía y el alcohol y yo, todos somos uno solo, todos somos la obra, se decía quizás justificando las grandes cantidades de alcohol que solía tomar casi todos los días. Quizás en la fiesta del poeta tenga la oportunidad de leerlo haciéndoles ver a todos, finalmente, que sí soy un poeta de verdad.
Domingo había detenido un taxi: Jefe ¿cuánto por llevarnos al Valle?
-¿A esta hora?
-Coño vale, tenemos que llegar- protestó Plácido- no vamos tan arriba, es a una cuadra de la Intercomunal, es sitio seguro.
-Bueno, vamos, pero la carrera les va a salir cara.
-No hay otra salida, hermano- susurró Domingo- aquí vamos a dejar hasta el último centavo.
“El poeta Ramiro”. A Plácido se le revolvían las entrañas cuando oía que todo el mundo le decía poeta a Ramiro, ese gran carajo. ¡Poeta! ¿Y quién ha dicho que por rimar dos versos se es poeta? Pensaba Plácido. Aquí la gente suelta con mucha facilidad la palabra poeta, como si fuera un sinónimo de “amigo” o “hermano”, es una palabra que se ha desgastado mucho, está empezando a no significar nada. Poeta. Poeta los hay pocos, se decía Plácido, no sé si yo lo sea, pero de lo que estoy seguro es que Ramiro no lo es. Todos sus poemas son iguales, puro barrio, pura acechanza de malandro con palabras rebuscadas y rimas obvias, las mil maneras de describir el dolor de una muerte violenta. La poesía del atraco y del traficante. El tema, se le da mucha importancia al tema, cree que porque escribe sobre el barrio tiene el cielo ganado. Este país no sale del realismo social. A mí no me importa el tema, me importa el lenguaje, la palabra seca, dura ahí en el papel. Nada volátil, nada de lírica romántica, nada de suspiros mentales. Lo mío es puro concepto, bien árido. Y en el papel, siempre en el papel. Te voy a decir la verdad, le dijo un día Domingo, yo tus poemas lo tengo que leer como cuatro veces, no se entienden. Porque se quedan en el papel, hermano, no los puedes sacar de ahí, los tienes que trabajar ahí en el papel. Pero a pesar de todo lo que he escrito, a mí nadie me dice poeta, a mí me saludan “¿qué hubo Plácido? ¿Cuándo viene ese poemario?”
-Estás muy callado, Plácido ¿pensando en la inmortalidad?-
-No ladilles que no estoy para soportar tu joda… son los tragos, me tienen pensativo.
-Y eso que no has tomado nada en ¿Cuánto? ¿Media hora? ¡Es mucho! Vamos a tener que decirle a este taxista que se apure.
El bloque en el que vivía Ramiro había perdido ya el número en la entrada, pero por encontrarse entre el cuatro y el seis no cabía duda de que era el cinco. Para llegar al bloque tenían que pasar por el estacionamiento al descubierto que estaba frente a los edificios. Atravesaron varias fiestas montadas alrededor de algunos carros: puertas abiertas, equipo de sonido a todo volumen, la maleta abierta y una caja de cerveza a disposición de todos. La Dimensión Latina y un grupo de parejas bailando. Plácido sintió ganas de bailar. Finalmente entraron al edificio y subieron hasta el piso tres. Los pasillos eran largos y abiertos y daban la impresión de grandes balcones desde donde cualquiera podía comunicarse de un piso a otro. La música de la fiesta de Ramiro podía escucharse desde la planta baja, ¿Qué me dices, hermano? esa fiesta está prendida, dijo Domingo, yo esta noche no me regreso contigo, Plácido, con un poco de suerte consigo compañía hasta el amanecer.
La puerta del apartamento 32 estaba abierta y parte de la fiesta estaba en el pasillo, apenas asomaron las cabezas se escucharon varios gritos de bienvenida mezclados con la voz de Ismael Miranda cantando Cipriano Armentero.
-¡Oye Ramiro! Llegó la ópera a esta casa… ¡Plácido y Domingo!
Plácido entró al apartamento sintiéndose un poco fuera de sí. Conocía a casi todos en la fiesta, así que no era incomodidad. Era una leve sensación de estar por encima de todo, de no poder fluir en la temporalidad de la fiesta y olvidarse un poco de sí mismo. Saludó queriendo parecer agradable, abrazó a varios amigos, besó en la mejilla a varias amigas, hizo algunos comentarios sobre viejas fiestas y anécdotas que nunca se olvidan y que sirven para crear un ambiente de unidad en el grupo pero que al final es sólo material para llenar huecos que nuestra individualidad no puede llenar. Enseguida empezó a sonar Las caras lindas, a Plácido la canción le pareció una ironía. Estas fiestas de Ramiro siempre se hacen en la oscuridad, puro dramatismo, puro ron, cerveza, perico y un buen baile en un rincón. Domingo ya estaba bailando, no se pudo aguantar, llegó tomando una cerveza de una cava que estaba en la cocina. Sacó después a bailar a una ex novia, son las mejores, le había dicho, no hay sorpresas pero hay cierta emoción por la posibilidad de una recaída.
Plácido no se sentía completamente allí, se veía fuera de sí, parecía escuchar nuevamente las palabras después de decirlas y eso le provocaba una terrible angustia, porque no dejaba de cuestionar todo lo que decía. Se veía a sí mismo caminar por el apartamento, se sentía ridículo, sólo pensaba en el hecho de que nadie le decía poeta, a él, el verdadero poeta de la fiesta. Se sentó en un banco junto al balcón, allí recibió su primera cerveza de la noche, allí se hizo un pequeño grupo. Allí pensó varias veces en lanzarse por el balcón cuando las conversaciones se tornaron demasiado estúpidas para él. Si esto se hace insoportable juro que me lanzo por el balcón, no es tan alto, de un piso tres creo que puedo sobrevivir. ¿Saludaste al poeta Ramiro? ¡Qué mierda! ¿van a seguir llamándolo así?
-No, todavía no.
-Ya viene, está en la cocina.
-¿Y entonces Plácido?- preguntó Ramiro a viva voz desde la puerta de la cocina- ¿Cuando viene ese poemario?

1 comentario:

krina dijo...

me gusta esa idea tuya de un personaje que poco a poco se va dando cuenta de que es un estereotipo. A parte esa observación (que ya te dije antes) está muy muy bien. Suerte con esta novela (y te envidio cuando dices con tanta seguridad que la estás terminando... ?Cómo se termina una novela?)Besos
K