sábado, abril 18, 2009

Quién lee qué en la prensa

El miércoles (15 de abril) me ausenté de mis entrañables encuentros en la
peña literaria semanal para ir a la presentación de los ganadores del
concurso de autores inéditos de Montea Ávila 2008, en la misma sala del
CELARG donde cada dos años se anuncian los ganadores del Rómulo Gallegos,
un premio de “Grandes Ligas”.
Mi amiga Beatriz Calcaño recibía uno de los tres galardones
entregados en la mención de poesía y era una razón suficiente para asistir,
a pesar de la amenaza de cumbres, cadenas y grandes acontecimientos
verbales, además de que por haber ganado este premio en 2006 guardo un
bonito recuerdo.
La sala 1 estaba repleta de autores, familiares y amigos que escucharon con
emoción sus nombres y sus obras anunciadas por el presidente de Monte
Ávila, Carlos Noguera, quien estuvo acompañado en el presidium por Edgar
Páez, funcionario del gobierno que fungió además como jurado en el género
de ensayo.
Después que fue mencionado cada uno de los ganadores, los autores ex
inéditos fueron invitados a dirigirse a la audiencia y el ganador de
narrativa, un muchacho de 26 años, Gabriel Payares, con “Cuando bajaron las
aguas”, habló al lado de Noguera y Páez como representante de los
galardonados de la noche.
Él leyó un discurso algo aburrido para mi gusto, aunque reivindicó la labor
del creador literario y mostró su disfrute en el ejercicio solitario que
significa escribir. Eso se agradece.
La autora de “Expediciones”, mi amiga Beatriz, quien fue aplaudida con
emoción por sus familiares que ocuparon casi media sala por su número, leyó
unas palabras dignas de una poetisa que recordaba la vivencia de una mujer
que veía emocionada desde niña la casa del “maestro” Gallegos que con el
tiempo se convirtió en la sede del CELARG.
Cada uno de los autores pronunció palabras de agradecimiento a Monte Ávila
y a los jurados que los favorecieron. Todos nerviosos, menos (con razón)
los ganadores en la mención dramaturgia, Paúl Salazar y Ciro Acevedo,
quienes mostraron mucho de su dominio escénico con chistes y palabras
repletas de sensibilidad.
Uno de los autores protestó con un sarcasmo el “error” de diagramación de
su libro de poesía (“Mi padre y otros recuerdos”, de Víctor Alarcón), en
tanto que Noguera prometió que en otra ocasión se presentarían los libros
de literatura infantil porque no estaban listos.



Salazar leyó un fragmento de su obra “Yo soy John Lennon”, que arrancó
aplausos y muchas carcajadas, por su pose y acelerada lectura.
Entonces vino el desastre. Noguera decidió darle el micrófono a “quien
quisiera decir algo” sobre el acto y yo pensé: “Va a pasar algo, seguro”.
Al principio, nadie quiso aventurarse a subir al estrado. Pero luego que la
hermana de Ciro tomó el micrófono para vender la “buena obra” del
dramaturgo, un señor con pinta de “poeta”, con una gorra de béisbol y
chaqueta de bluejeans (con este calorón que hay en la ciudad) pidió la
palabra.
Su llegada al estrado tardó una eternidad porque estaba sentado en una de
las primeras filas. Cuando llegó, comenzó a recitar de memoria una rima que
hablaba de la felicidad del pueblo por el rumbo que tenía el país gracias
al “comandante presidente”.
La sala comenzó a sentir algo de incomodidad y un señor mayor pidió la
palabra. Otra eternidad para llegar al micrófono y me dije: “Aquí viene”.
Pues el hombre tuvo una respetuosa intervención, saludó a los autores y a
la vez expresó su preocupación por las denuncias de una funcionaria de la
gobernación de Miranda sobre la destrucción de libros que fueron vendidos
para fabricar pulpa de papel, según las versiones.
Noguera respondió diciendo que era válida la preocupación expresada por
quien intervino, pero aseguró que Luis Alberto Crespo había ido
expresamente a Carora para ver qué estaba pasando con los libros de su
padre, ya que otra denuncia dijo que los había quemado junto con obras de
otros autores reconocidos de la región de Lara.
“Al parecer eso es falso, pero si ocurrió debe ser aclarado. Ahora, es
deplorable que se haya querido hacer de eso como una bandera política”,
dijo.
Señaló que los libros del viejo Crespo los tiene su familia y rechazó las
versiones que intentan lanzar dudas contra una gestión gubernamental que
creó en 2008 la Imprenta Cultural Nacional, que fue inaugurada por el
presidente Chávez.
Agregó de de allí salieron 500.000 ejemplares de “Doña Bárbara”, no se
cuántos de “Los miserables” que fueron regalados y que se tiene previsto un
plan general de lectura para próximamente.
“Los hechos deben ser aclarados pero esto no debe ser una bandera
equívocada para propósitos equívocados”.
“Está bien”, escuché decir en una fila más abajo.
Sin embargo, acto seguido intervino el señor Páez, quien estaba mencionado
en la hoja de invitación como crítico literario, ensayista y docente
universitario.
Lo primero que dijo fue que felicitaba al señor que inició la polémica
porque hizo un señalamiento genérico y mencionó que “se lee en la prensa”
(la versión de la incineración de libros).
“Lo que se lee en la prensa no es necesariamente la verdad de lo que está
pasando. Se dijeron en la prensa un montón de cosas que podemos desmentir y
decir que son mentiras”, exclamó como el poseedor oficial de la verdad.
Agregó que se habló de una quema indiscriminada cuando quizás se trató de
un proceso de desincorporación de libros que es un “proceso normal”, que se
hace cada cierto tiempo por el deterioro y que nadie debería preocuparse
por eso.
Repitió el discurso oficial respecto a que el presidente en cada una de sus
intervenciones “nunca deja de recomendar dos o tres libros” y calificó casi
como un sacrilegio el que se haya sugerido que fueron destruidas obras de
Gallegos, cuando el gobierno respeta al autor de “Dona Bárbara” y tiene una
campaña para promover y masificar la lectura de su obra.
“Esa denuncia tiene una intencionalidad política de la prensa para
enturbiar y entorpecer un gran esfuerzo. Es una mentira que se intenta
imponer en los medios”, sentenció.
Uno a veces se cansa de que todos quieran echarle la culpa a los
periodistas de todo lo que ocurre. Yo tengo 25 años ejerciendo la profesión
y desde que me formé como periodista estoy convencido de algo: Todos los
colegas trabajan con hechos comprobables, que ocurren.
El periodismo no tiene nada que ver con la ficción, se trata de dar la
versión de un hecho que ocurrió en el tiempo y en el espacio, por lo menos
ha sido así desde que estoy en esto.
Siento que ahora se pretenda lanzar contra la prensa dudas sobre lo que
publica, sólo por no asumir las cosas como son. Antes los políticos cuando
armaban un escándalo por una declaración desafortunada decían: “La prensa
malintepretó o tergiversó mis palabras”.
Ahora resulta que la prensa publica mentiras sólo porque a muchos sectores
oficiales no le gusta lo que sale al debate público.
A uno sólo le queda decirles: “Coño, qué carácter”.
Como periodistas y ciudadano no me gustan las estridencias que a veces
muestran los colegas que están en la batalla polarizante, pero sí defiendo
al periodismo porque es una profesión que perdurará a pesar de todo y tiene
sus reglas de éticas. Que algunos no las respetan, está bien, pero eso no
es razón para acusarnos de mentirosos a todos.
Para mí eso de las quemas y destrucción de libros no ha sido aclarado
suficientemente y lo que más me llamó la atención de las intervenciones de
Noguera como de Paéz es que se refirieron todo el tiempo al asunto de
Carora. Que Corora para allá, que Carora para acá, que si Luis Aberto
Crespo fue a ver y tiene los libros.
Pues ni una palabra del comentario que hizo el señor que se refería a lo
ocurrido en las bibliotecas del estado Miranda. Y hasta donde entiendo fue
una funcionaria de las bibliotecas estadales la que denunció la destrucción
para hacer pulpa de papel de obras sublimes como “El principito”, escrito
por un aviador soñador que se estrelló en el mar en la segunda guerra
mundial.
Cero comentario sobre la responsabilidad de Diosdado en lo que se acusa.
Fue ignorado, no me pregunten por qué.
A la salida del acto, compré los libros de Beatriz y de Payares y les pedí
a los radiantes autores que me los dedicaran. Antes de despedirme, me tomé
una foto con Beatriz y mi (también querida amiga) Krina Ber, quien ganó el
premió de inéditos el año 2005 y desde entonces acaparó todas las
distinciones literarias habida y por haber. Me dijo que estaba apurada
porque tenía la reunión del jurado del concurso de la ¿clínica?
Metropolitana.
Yo tenía una cita con un amigo chileno que estaba se paso en Caracas y con
él y mi esposa nos tomamos tres botellas de vino blanco (chileno), a dos
cuadras de la casa de Rómulo Gallegos.
A la mañana siguiente, la ducha apenas me devolvió a la tierra, pero puse
mi mayor empeño para ir a la oficina porque me esperaba una Cumbre del ALBA
que prometía ser noticiosa, de la cual mis editores me pidieron que
informara en detalles, especialmente sobre lo que dijera el comandante Raúl
Castro.
Antes de abrir los diarios, tuve que prestarle atención a lo que decía
Castro de la OEA a su llegada a Cumaná. La verdad que a este señor no le
entiendo lo que dice, así que lo dejé grabando. “Luego lo escucho”, me dije.
Poco después mis editores me llamaron alertándome que Castro había pedido
la “desaparición” de la OEA. Hice cinco párrafos y después de enviar la
nota, al fin pude revisar los diarios.
Apenas pasé la primera página de “El Universal”, un titular alborotó de
forma extraña el desagradable ratón:
“Sustituyeron la estatua de Rómulo Gallegos que estaba en un jardín de
Miraflores por la de Cipriano Castro”.
Ahí no supe más de mí. Creo que me recosté en el sofá de la oficina para
pasar la pea (como díría Gualberto). Pero en verdad no sé si fue ante o
después de vomitar.

Néstor Rojas








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