Al borde del lago, un grupo de gente presencia con desconcierto cómo obreros uniformados en franelas rojas están demoliendo con hachas la carabela de Colón. Algunos miran con ira. Otros, se tocan la sien. Vuelan las tablas y las astillas, y otra cuadrilla, la de los menos “calificados”, supongo, se dedica a retirar los escombros. Allí se va a construir un gran proyecto cultural, el buque Leander de Francisco de Miranda – o algo así: absorta en el proceso de la demolición no le presto mucha atención al cartel que ensalza el valor de nuestro pasado.
Cuesta creer que la Santa María presente daños irreparables. Hay suficiente agua en el lago para que el barco de Miranda flote en él al lado de la carabela de Colón. Pero los proyectos culturales tienen una primera fase, en la que a menudo se quedan: la destrucción ¿Cuál es el humo de la locura colectiva que siempre hace creer a los dirigentes de tal u otra fracción política que pueden moldear la Historia a su antojo, destrozando sus símbolos? No recuerdo bien la carabela, años hace que sólo la veía desde el sendero que bordea el lago. Pero ahí estaba. Para los chicos nada connotaba ahí la conquista y mucho menos el imperialismo yanqui cuando recorrían las escaleritas, los puentes y la cabina del almirante (¿puedo confiar en mi memoria de un tosco catre, mesón con el mapa y misteriosos instrumentos de navegación?), o cuando acariciaban el timón, con reverencia e incredulidad, tocando de alguna manera remota ese maravilloso empuje humano que hay en las fibras de nuestro ser, la curiosidad, la osadía, la locura de lanzarse al mar rumbo a lo desconocido en unas cáscaras tan frágiles como ésa.
Pero para los fans de las ideologías los impulsos humanos son peligrosos y el pasado se resta, no se suma.
domingo, julio 30, 2006
martes, julio 25, 2006
Releyendo a un viejo poeta pensé: "nunca esta de más florecer, otra vez". Aquí comparto esto:
LA MUERTE DE LOS ARTISTAS
¿Cuánto aún mis cascabeles tendré que hacer sonar
y que besar tu frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco que en la sombra fulgura,
¿cuántas flechas aún tendré que disparar?
En intentos inútiles se habrá de fatigar
el alma, y quebraremos nuestra fuerte armadura
antes de contemplar la divina criatura
cuyo infernal anhelo nos hace sollozar.
Algunos nunca vieron el ídolo soñado;
escultores malditos que el fracaso ha afrentado
y se dan martillazos en el pecho y la frente
sin más que una esperanza, capitolio dudoso:
que la muerte al alzarse como un sol venturoso
haga, ¡por fin!, abrirse las flores en su mente.
Charles Baudelaire
Las Flores del Mal
LA MUERTE DE LOS ARTISTAS
¿Cuánto aún mis cascabeles tendré que hacer sonar
y que besar tu frente, triste caricatura?
Para dar en el blanco que en la sombra fulgura,
¿cuántas flechas aún tendré que disparar?
En intentos inútiles se habrá de fatigar
el alma, y quebraremos nuestra fuerte armadura
antes de contemplar la divina criatura
cuyo infernal anhelo nos hace sollozar.
Algunos nunca vieron el ídolo soñado;
escultores malditos que el fracaso ha afrentado
y se dan martillazos en el pecho y la frente
sin más que una esperanza, capitolio dudoso:
que la muerte al alzarse como un sol venturoso
haga, ¡por fin!, abrirse las flores en su mente.
Charles Baudelaire
Las Flores del Mal
jueves, julio 20, 2006
martes, julio 18, 2006
la 421
Cuando el ángel mudo
aceche
juntemos filas
No permitamos
que de nuevo
descomplete
el conjunto
Impedir debemos
que su matemática perversa
reste
No tuvo compasión
en la 421
El ángel no escuchó ruegos
esa noche.
Beatriz
aceche
juntemos filas
No permitamos
que de nuevo
descomplete
el conjunto
Impedir debemos
que su matemática perversa
reste
No tuvo compasión
en la 421
El ángel no escuchó ruegos
esa noche.
Beatriz
lunes, julio 17, 2006
El día sólo es una pausa
se vive en la noche
quien sabe de su origen oscuro
vomita la luz que se mete en sus poros
la verdad es aliada de la noche
donde nada se ve
nada se oculta
la oscuridad lo deja todo claro
cuando los sonidos nos abandonan
cayendo por nuestros oídos
y las imágenes se deslizan
detrás de nuestros ojos
respiramos
y abrazamos la vergüenza sin reparo
nos regodeamos en el absurdo
y somos libres.
se vive en la noche
quien sabe de su origen oscuro
vomita la luz que se mete en sus poros
la verdad es aliada de la noche
donde nada se ve
nada se oculta
la oscuridad lo deja todo claro
cuando los sonidos nos abandonan
cayendo por nuestros oídos
y las imágenes se deslizan
detrás de nuestros ojos
respiramos
y abrazamos la vergüenza sin reparo
nos regodeamos en el absurdo
y somos libres.
domingo, julio 16, 2006
Puedo pasar toda la noche poetizando el silencio con palabras escritas en mi pensamiento. Especialmente me agrada ese efímero momento previo al amanecer cuando el cielo, sin darnos cuenta, deja de ser negro y se torna de un azul-violeta que aún no podemos llamar día.
Soy un hombre que sólo sabe caminar, que apenas se puede vestir y que sólo susurra incoherencias. Camino como un mendigo, cargando la poesía no escrita de mi silencio, esperando la noche para ganarme la inmovilidad, el ocio y el derecho a la existencia.
La noche es una metáfora... el día es una fotografía.
Sigo siendo un traste para esta ciudad, una breve exhalación que cuando pasa, se olvida.
Soy un hombre que sólo sabe caminar, que apenas se puede vestir y que sólo susurra incoherencias. Camino como un mendigo, cargando la poesía no escrita de mi silencio, esperando la noche para ganarme la inmovilidad, el ocio y el derecho a la existencia.
La noche es una metáfora... el día es una fotografía.
Sigo siendo un traste para esta ciudad, una breve exhalación que cuando pasa, se olvida.
miércoles, julio 12, 2006
venezuela
Llegué de noche, cansada de un largo viaje
la gente corría buscando carritos
ninguna opción para mí
cargada con bolsas, teteros y un bebé en los brazos
valiente en mi inconsciencia
sorda y muda
en ese aeropuerto
en el piso.
Me levantan manos atentas, carritos libres, sonrisas
caricias en la cabecita del bebé
Y sólo puedo contestar las sonrisas:
Aterricé en un idioma desconocido.
la gente corría buscando carritos
ninguna opción para mí
cargada con bolsas, teteros y un bebé en los brazos
valiente en mi inconsciencia
sorda y muda
en ese aeropuerto
en el piso.
Me levantan manos atentas, carritos libres, sonrisas
caricias en la cabecita del bebé
Y sólo puedo contestar las sonrisas:
Aterricé en un idioma desconocido.
ventanas
En esos tiempos solía espiar
lámparas encendidas, sillas solemnes, mesas y manteles
madera pesada, encajes secretos
en el descuido de cortinas blancas
entre postigos abiertos
A veces cuadros y jarrones de flores
momentos de intimidad ajena.
En esos tiempos aún había estancias de sombra
Diagonales de sol en las fachadas
Y el escalofrío sagrado de quién mira desde la otra acera.
Cómo sería estar allí
fuera de las paredes de mi vida
Podría ser mío el trapo amarillo
La mano que lo sacude
Podría — Pero ya todo estaba configurado
Aquí y afuera.
lámparas encendidas, sillas solemnes, mesas y manteles
madera pesada, encajes secretos
en el descuido de cortinas blancas
entre postigos abiertos
A veces cuadros y jarrones de flores
momentos de intimidad ajena.
En esos tiempos aún había estancias de sombra
Diagonales de sol en las fachadas
Y el escalofrío sagrado de quién mira desde la otra acera.
Cómo sería estar allí
fuera de las paredes de mi vida
Podría ser mío el trapo amarillo
La mano que lo sacude
Podría — Pero ya todo estaba configurado
Aquí y afuera.
domingo, julio 09, 2006
Regalo
No lleva etiquetas, ni instrucciones de uso.
De exiguo inventario
No está en tiendas opulentas
ni humildes.
De encontrarse,
sería imposible envolverlo
en floridos papeles
ni lazos de oro y plata
Lo hallé bajo las sábanas,
mis manos heladas sostenían
un libro.
Un desacostumbrado silencio
ocupaba el cuarto
invadido por un frío forastero
Y allí, presente, estaba
El regalo de encontrarme.
De exiguo inventario
No está en tiendas opulentas
ni humildes.
De encontrarse,
sería imposible envolverlo
en floridos papeles
ni lazos de oro y plata
Lo hallé bajo las sábanas,
mis manos heladas sostenían
un libro.
Un desacostumbrado silencio
ocupaba el cuarto
invadido por un frío forastero
Y allí, presente, estaba
El regalo de encontrarme.
miércoles, julio 05, 2006
Nada iguala la paz de mi ducha
el agua tibia cayendo
el olor a jabón
hace aflorar todos los sentimientos
las soluciones encuentran
a sus problemas
Ese contacto primario
con el agua
desnudo, aislado
sentir que todo lo que sobra
se va por el desagüe
El llanto se oculta bien
en la ducha
hasta que una gota salada
roza nuestra lengua
nos despierta
Por la ventana
el árbol de flores rojas
cubre el humo
que asciende amenazante
detrás de la montaña
que oculta la tormenta
Parece imposible
que algo bueno
siga a algo bueno
¿Quién podrá asegurarme
la paz del siguiente minuto?
el agua tibia cayendo
el olor a jabón
hace aflorar todos los sentimientos
las soluciones encuentran
a sus problemas
Ese contacto primario
con el agua
desnudo, aislado
sentir que todo lo que sobra
se va por el desagüe
El llanto se oculta bien
en la ducha
hasta que una gota salada
roza nuestra lengua
nos despierta
Por la ventana
el árbol de flores rojas
cubre el humo
que asciende amenazante
detrás de la montaña
que oculta la tormenta
Parece imposible
que algo bueno
siga a algo bueno
¿Quién podrá asegurarme
la paz del siguiente minuto?
Y sigue la lluvia...
El niño despertó cuando una gota de agua le mojaba la cara. Toda la noche había llovido, era una lluvia fuerte y recia, que no quería irse, como si quisiera lavar escrupulosamente cada una de las partes de la vivienda, exorcizarla de algo indefinible El techo de zinc de la casa había aguantado bastante el martilleo del agua, pero luego de varias horas parecía un colador. Ya no servía de nada poner envases por todo el piso y Soledad, la madre del niño, se había resignado. Bueno –pensó- “total, que se despierte, ya amaneció”.
En otra vivienda, al otro lado de la ciudad, también había amanecido lloviendo, era la misma lluvia, con la misma cadencia, sólo que al niño allí dormía, no lo despertó ninguna gota de agua. Todo lo contrario, el sonido rítmico del agua lo adormecía aún más y no parecía perturbar su tranquilo sueño.
Mientras, la lluvia y las lágrimas de Soledad se confundían en un solo río. A veces el dolor tiene nombre de punto cardinal.
Beatriz
En otra vivienda, al otro lado de la ciudad, también había amanecido lloviendo, era la misma lluvia, con la misma cadencia, sólo que al niño allí dormía, no lo despertó ninguna gota de agua. Todo lo contrario, el sonido rítmico del agua lo adormecía aún más y no parecía perturbar su tranquilo sueño.
Mientras, la lluvia y las lágrimas de Soledad se confundían en un solo río. A veces el dolor tiene nombre de punto cardinal.
Beatriz
sábado, julio 01, 2006
noviembre
Tapara
Qué casualidad, yo tambien tengo un texto con lluvia... es del noviembre 2005
Esto es un fragmento:
Noviembre
El tiempo ha traído la melancolía.
Eso piensa detrás del volante en una tarde de lluvia mientras rueda lentamente por las calles, para nada, para ir de compras, para estar protegida de cerca por las paredes de su carro y moverse hacia adelante. Las figuras de transeúntes se dibujaban frente a sus ojos con la nitidez de esos días de atención desmesurada cuando el espacio interno de uno parece ensancharse desbordando el cuerpo y tocar todo a su alrededor. Con piedad. Con distancia. Con lejano asombro. Con la piel, los pezones y el alma y el vértigo de reconocerse en la mueca que exhibe uno de tus semejantes al luchar con el paraguas mientras el taxi se va, en el gesto de arrebujarse en su sweater de aquella mujer encorvada, en las lágrimas de esa otra, inmóvil, que corren por su rostro mojado, en los mega – afiches de los cines y tímidas hileras de luces urbanas que se prenden al atardecer.
Divina maniobra del destino, la que hoy esté lloviendo. Le va como un guante la lluvia afuera, las gotas que rebotan en su burbuja de chapa metálica.
Las calles se suceden como los días y ya es otra vez viernes, otra vez noviembre, y la ciudad comienza a engalanarse de bombillos navideños y se apresura de agotar el calendario como si la clausura del año perdonara las fallas y cerrara lo inconcluso para que estrenemos, purificados por el bonche final, una vida nueva en enero. La gran puesta a cero de los contadores. Todos nuevos, incontaminados por los desechos tóxicos de nosotros mismos acumulados durante los trescientos sesenta días del año. Todos con una nueva oportunidad de vivir de verdad, sin holgazanería, y avanzar —lo que se llama avanzar de verdad —en la vida en vez de hacer tus tareas cotidianas y dejar apenas que ella te empuje. Año nuevo, vida nueva. Amén. Metafísica de praxis cotidiana extra-oficial, no inscrita en ninguna parte y sin embargo vigente en las guirnaldas de luces que trepan cual parásitos luminosos por los árboles y los postes.
Circula, mientras calcula mentalmente lo que puede gastar este año en los imprescindibles regalos, antes de zambullirse en las entrañas de los sótanos de algún centro comercial, separarse del carro, dejar que la escalera mecánica o el ascensor panorámico la deposite en la ilusión de una plaza hueca, bella de luz y colores, de la que parten cuatro calles bordeadas de vitrinas deslumbrantes, sustituto de los bulevares de la pobre ciudad desvencijada que se quedó afuera bajo la lluvia. Los desperdicios mojados sobre las aceras, los puestos de buhoneros tapados con plástico.
Aquí, discreto ambiente musical. Decoración navideña. Vitrinas
Qué casualidad, yo tambien tengo un texto con lluvia... es del noviembre 2005
Esto es un fragmento:
Noviembre
El tiempo ha traído la melancolía.
Eso piensa detrás del volante en una tarde de lluvia mientras rueda lentamente por las calles, para nada, para ir de compras, para estar protegida de cerca por las paredes de su carro y moverse hacia adelante. Las figuras de transeúntes se dibujaban frente a sus ojos con la nitidez de esos días de atención desmesurada cuando el espacio interno de uno parece ensancharse desbordando el cuerpo y tocar todo a su alrededor. Con piedad. Con distancia. Con lejano asombro. Con la piel, los pezones y el alma y el vértigo de reconocerse en la mueca que exhibe uno de tus semejantes al luchar con el paraguas mientras el taxi se va, en el gesto de arrebujarse en su sweater de aquella mujer encorvada, en las lágrimas de esa otra, inmóvil, que corren por su rostro mojado, en los mega – afiches de los cines y tímidas hileras de luces urbanas que se prenden al atardecer.
Divina maniobra del destino, la que hoy esté lloviendo. Le va como un guante la lluvia afuera, las gotas que rebotan en su burbuja de chapa metálica.
Las calles se suceden como los días y ya es otra vez viernes, otra vez noviembre, y la ciudad comienza a engalanarse de bombillos navideños y se apresura de agotar el calendario como si la clausura del año perdonara las fallas y cerrara lo inconcluso para que estrenemos, purificados por el bonche final, una vida nueva en enero. La gran puesta a cero de los contadores. Todos nuevos, incontaminados por los desechos tóxicos de nosotros mismos acumulados durante los trescientos sesenta días del año. Todos con una nueva oportunidad de vivir de verdad, sin holgazanería, y avanzar —lo que se llama avanzar de verdad —en la vida en vez de hacer tus tareas cotidianas y dejar apenas que ella te empuje. Año nuevo, vida nueva. Amén. Metafísica de praxis cotidiana extra-oficial, no inscrita en ninguna parte y sin embargo vigente en las guirnaldas de luces que trepan cual parásitos luminosos por los árboles y los postes.
Circula, mientras calcula mentalmente lo que puede gastar este año en los imprescindibles regalos, antes de zambullirse en las entrañas de los sótanos de algún centro comercial, separarse del carro, dejar que la escalera mecánica o el ascensor panorámico la deposite en la ilusión de una plaza hueca, bella de luz y colores, de la que parten cuatro calles bordeadas de vitrinas deslumbrantes, sustituto de los bulevares de la pobre ciudad desvencijada que se quedó afuera bajo la lluvia. Los desperdicios mojados sobre las aceras, los puestos de buhoneros tapados con plástico.
Aquí, discreto ambiente musical. Decoración navideña. Vitrinas
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