Los quiero mucho, aunque descuidan esta página que es tan buena precisamente porque muy "relax", no tiene ninguna obligación de entrega ni tiranía de competir con otros blogs. Qué mejor sitio para reunirnos, sin diferencia entre los que estamos aquí y los que viajaron.
Definitivamente este año 2007 ha sido para mí de muy buena cosecha. Me cuesta creerlo, pero "Los dibujos de Lisboa" (otro cuento mío reciente de este año) ha ganado el concurso de SACVEN. Nada mal como regalo de Navidad.
Aquí terminan para mí los concursos, como el año pasado con Escribas, se acabaron los talleres.
Espero que logremos a reunirnos (físicamente) este año o al principio de enero, con Juan Carlos y Camilo también, (y Leo? )
También esta vez, adjunto un fragmento de ese cuento.
FRAGMENTO
Recuerdo algo que me dijo una vez: que Lisboa era la patria de su alma, la única patria posible de quienes nacen extranjeros.
(Antonio Muñoz Molina: El invierno en Lisboa)
En las mañanas de invierno, cuando recorría las tres cuadras que separan la casa de la estación de Arroios las aceras olían a pan fresco y café recién colado, las prietas de Mozambique pregonaban pescado y la gente se agolpaba frente a los quioscos leyendo las primeras páginas de los diarios. Hablo de las mañanas de mi tránsito más largo cuando los albures de las crisis económicas venezolanas me habían llevado a vivir allí durante casi un año, medio huésped, medio usurpadora empeñada en plantar en esa ciudad su manojo calladito de raíces. No era algo nuevo para mí, más bien la concentración en estado puro de mi forma de ser en todas las ciudades donde he vivido. Una condición siempre cómoda y excitante y un poco melancólica también, la de ser parte de algo que en última instancia no te incluye ni favorece, pero, por el otro lado, te deja respirar porque eres una extranjera y se te perdonan algunas infracciones al código de esas normas no escritas en ninguna parte que atañen a los verdaderos habitantes. Aquella vez —cuya singularidad se deslíe en mi memoria fundiéndola con muchas otras visitas, largas y cortas, antes y después, en las vacaciones de verano y Navidades— yo vivía en Lisboa amparada en mi identidad de nuera extranjera, esposa del hijo emigrado y madre de nietos, cuñada y concuñada, indiscutible tía de dos muchachos traviesos que me saltaban encima con gritos de júbilo, la tía de América y a la vez una ciudadana en regla con pasaporte y cédula de identidad válida para los próximos diez años. Podía trabajar, y de hecho, trabajaba, e incluso contribuía con los gastos de la casa aquella única vez cuando me había quedado por un lapso de tiempo más largo que el de una visita, cuando Sergio asistía a la escuela pública cerca de la casa y mi suegra cuidaba del pequeño Adán y yo había encontrado empleo en una cooperativa de proyectos en la Rua Frei Cardoso y tomaba el metro cada mañana desde Arroios a Roma entre los olores a café y pan y pescado y gente leyendo periódicos en la calle. También fue en el transcurso de esa estadía – a la que solía llamar mi exilio portugués – cuando un aparentemente inofensivo juego entre Adinha y yo hiciera aflorar las sombras del pasado desencadenando la catarsis de una revelación que ni ella ni yo íbamos a olvidar jamás, aunque nos situáramos después a las distancias habituales y pretendiéramos borrarla del registro de nuestras relaciones como si nunca hubiera ocurrido. Luego la vida retomó su curso, y con ella la Lisboa de antes, adonde yo volvía por unas semanas o días de vacaciones con mis hijos que crecían o sólo con el menor y al final sin ninguno, volvía a una Lisboa cada vez más cambiada, más alejada de mí. En el hall de llegada del aeropuerto la silueta de mi sobrino Fredy sustituyó algún día a la de mi suegro quien ya no podía ir a buscarme pero aún aguardaba en la ventana para ayudarme a subir las maletas los nueve escalones hasta el pequeño cuarto de huéspedes donde mi cama de siempre (la misma donde había nacido Mauro) me esperaba preparada por Adinha con sus sábanas de hilo bien planchadas. La casa olía a limpio y a madera encerada, las planchas del piso aún crujían de la misma manera y el gallo loco en el patio seguía cantando a deshoras desbaratando el tiempo y devolviéndome esa sensación de misterio y felicidad que me sacaba a la calle, como antes, en la urgencia de vistas y olores y de una búsqueda hacía tiempo cerrada, de la que subsistía sin embargo una relación de secreto compartido, algo personal entre la ciudad y yo. Hace muy poco esa misma sensación me golpeó desde las páginas de un libro que me habían prestado porque ya no se encuentra en ninguna parte: El invierno en Lisboa. En finales de los ochenta habría podido hallarlo en Librería Lectura o Suma o Rizzoli: los premios nacionales de la narrativa española seguramente llegaban también a Caracas, pero en esos tiempos yo no leía casi nada fuera de manuales técnicos, revistas y libros de bolsillo con el familiar toque de suspenso de mis detectives favoritos. No tenía idea de que existiera un relato cuyo protagonista, músico y forastero, recorría las calles y plazas de Lisboa como si tocara algún instrumento sensible en la misma clave que yo, de que también para él la ciudad fuera un texto que sólo podía ser descifrado si uno caminaba lo suficiente en ella.
No leía entonces, es cierto, ni tampoco escribía, con la excepción de aquellas cartas que Mauro había conservado. Caminaba, eso sí, incansablemente, Y ese texto que se me ofrecía, trataba de traducirlo en dibujos.
3 comentarios:
Krina querida, que te puedo decir, que eres una ganadora en todos los aspectos, pues quienes te conocemos podemos dar fe de tu simpatía, de tu bondad. Te mereces todos y cada uno de los premios. ¿No te animas tu ahora a dar un taller? Yo me inscribiría inmediatamente,
te quiere y recuerde simepre aunque no nos veamos mucho,
Beatriz
Krina: un nuevo motivo para alegrarnos a todos. Seguro es un texto impecable, como todos los tuyos. Qué bonitos tesoros estás acumulando en estos años, lástima que han sido en medio de tanta turbulencia política y odios alborotados, si fueran tiempos más calmados tal vez las celebraciones fueran escandalosas. Ni modo, celebremos como padamos y cuando nos encontremos.
Muchas felicidades, Néstor
Krina, felicidades por este premio y por todo el "palmarés", jeje. Desde hace tiempo quiero reunirme con ustedes, y a falta de concreción pues pongo mi casa a la orden para vernos en enero, les mandaré un correo por tapara para cuadrar todo.
Un gran abrazo, muchísimo aprecio,
Humberto.
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