El papel es más paciente que los hombres
Ana Frank
Aun guardo el ejemplar del diario de Ana Frank que mi padre me trajo un día de regalo, una edición de la editorial Plaza&Janes editado en 1967. Gastado y amarillento, cuando lo releo de nuevo recuerdo que tendría yo mas o menos la edad de Ana cuando comenzó a escribir su diario, y cuanto me conmovió su lectura, y todavía lo hace.
El 12 de junio de 1942, Ana Frank, una joven judía, cumplía 13 años y recibió varios regalos, entre ellos, un diario. Era en realidad un cuaderno de autógrafos empastado en tela de cuadros rojos que había mostrado a su padre en la vitrina de una tienda de Ámsterdam.
No es una novela, no son cuentos, es un libro documento en donde leemos el relato de Ana desde unos pocos días antes de que ella y su familia se escondieran para no ser enviados a un campo de concentración, en el anexo de un edificio de oficinas, un achterhui -la casa de atrás- situado al borde de unos de los canales de Ámsterdam, El padre de Ana, Otto Frank, había planificado este escondite al darse cuenta de que tarde o temprano los alemanes vendrían por ellos. Allí convivieron los Frank, la familia Van Pels, y el dentista Fritz Pfeffer, Debían guardan silencio durante el día para que los empleados de las oficinas no los escucharan y unos fieles empleados del señor Frank los ayudaban a abastecerse de alimentos.
Mi primer conocimiento sobre la Segunda Guerra Mundial proviene de ese libro. A pesar de ser dos realidades y épocas distintas, dos continentes diferentes, la frescura, naturalidad y sinceridad de Ana Frank cuando escribe su diario me cautivó desde sus primeras páginas. El mundo de Ana, su mirar hacia dentro, la descripción del anexo, de su familia, su paso por la adolescencia, sus temores y angustias se perciben con la narración sencilla de los hechos. Se puede decir que hay dos aspectos fundamentales del diario que lo han convertido en un clásico de la lectura: su carácter autobiográfico y el episodio histórico que narra.
Una de las cosas que más llaman la atención a través del viaje de la lectura del diario, es ver como Ana logra hacerse de un mundo interior tan rico que le permite sobrevivir el encierro y la soledad. Tomemos por ejemplo la entrada al diario que escribe Ana el día 13 de mayo de 1944, desde la ventana del desván en donde podía contemplar la vista de un castaño: Nuestro castaño está en plena floración, de arriba abajo, con sus ramas pesadamente cargadas en follaje, está mucho más hermoso que el año pasado. El 12 de febrero de 1944 escribe: hace sol, el cielo está de un azul profundo, hace una brisa hermosa, y yo tengo unos hermosos deseos de… ¡todo!!
Ana Frank murió en un campo de concentración, pero su diario trascendió. Es una mirada a la intolerancia, a la guerra, vista por una joven inocente, quien consiguió su propia manera de sobrevivir mientras pudo, en una etapa de oscuridad, tal como ella lo escribió en su diario al momento de comenzarlo: Espero poder confiártelo todo como no he podido todavía hacerlo con nadie, espero también que seas para mí un gran sostén. Y lo fue.
Beatriz C. Calcaño
Ana Frank
Aun guardo el ejemplar del diario de Ana Frank que mi padre me trajo un día de regalo, una edición de la editorial Plaza&Janes editado en 1967. Gastado y amarillento, cuando lo releo de nuevo recuerdo que tendría yo mas o menos la edad de Ana cuando comenzó a escribir su diario, y cuanto me conmovió su lectura, y todavía lo hace.
El 12 de junio de 1942, Ana Frank, una joven judía, cumplía 13 años y recibió varios regalos, entre ellos, un diario. Era en realidad un cuaderno de autógrafos empastado en tela de cuadros rojos que había mostrado a su padre en la vitrina de una tienda de Ámsterdam.
No es una novela, no son cuentos, es un libro documento en donde leemos el relato de Ana desde unos pocos días antes de que ella y su familia se escondieran para no ser enviados a un campo de concentración, en el anexo de un edificio de oficinas, un achterhui -la casa de atrás- situado al borde de unos de los canales de Ámsterdam, El padre de Ana, Otto Frank, había planificado este escondite al darse cuenta de que tarde o temprano los alemanes vendrían por ellos. Allí convivieron los Frank, la familia Van Pels, y el dentista Fritz Pfeffer, Debían guardan silencio durante el día para que los empleados de las oficinas no los escucharan y unos fieles empleados del señor Frank los ayudaban a abastecerse de alimentos.
Mi primer conocimiento sobre la Segunda Guerra Mundial proviene de ese libro. A pesar de ser dos realidades y épocas distintas, dos continentes diferentes, la frescura, naturalidad y sinceridad de Ana Frank cuando escribe su diario me cautivó desde sus primeras páginas. El mundo de Ana, su mirar hacia dentro, la descripción del anexo, de su familia, su paso por la adolescencia, sus temores y angustias se perciben con la narración sencilla de los hechos. Se puede decir que hay dos aspectos fundamentales del diario que lo han convertido en un clásico de la lectura: su carácter autobiográfico y el episodio histórico que narra.
Una de las cosas que más llaman la atención a través del viaje de la lectura del diario, es ver como Ana logra hacerse de un mundo interior tan rico que le permite sobrevivir el encierro y la soledad. Tomemos por ejemplo la entrada al diario que escribe Ana el día 13 de mayo de 1944, desde la ventana del desván en donde podía contemplar la vista de un castaño: Nuestro castaño está en plena floración, de arriba abajo, con sus ramas pesadamente cargadas en follaje, está mucho más hermoso que el año pasado. El 12 de febrero de 1944 escribe: hace sol, el cielo está de un azul profundo, hace una brisa hermosa, y yo tengo unos hermosos deseos de… ¡todo!!
Ana Frank murió en un campo de concentración, pero su diario trascendió. Es una mirada a la intolerancia, a la guerra, vista por una joven inocente, quien consiguió su propia manera de sobrevivir mientras pudo, en una etapa de oscuridad, tal como ella lo escribió en su diario al momento de comenzarlo: Espero poder confiártelo todo como no he podido todavía hacerlo con nadie, espero también que seas para mí un gran sostén. Y lo fue.
Beatriz C. Calcaño
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