La noche ha sobrepasado su mitad. Como una convulsión vives un momentáneo destierro de los minutos y las horas. Las líneas pierden su definición como en una brumosa isla desconocida luego de un naufragio en pleno mediodía (aunque es medianoche).
Pero sabes que es tu casa, sigues con los ojos abiertos, ahora un poco enrojecidos porque olvidas parpadear.
¿Qué piensas? no lo sabes, pero es tan vívido que no sabes si es un pensamiento o una alucinación. Puede que te preguntes si realmente existes. Sabes que sí, pero la pregunta no parece estar de más, sobretodo cuando tú estás de menos.
Estás allí, sientes que puedes comenzar pero también tienes la sensación de que todo ha terminado ya.
Eso te paraliza. Pero piensas, hablas (¿te oyes?), recuerdas que tienes que parpadear, recuerdas que tienes que respirar, recuerdas que tienes que hacer latir tu corazón. Todo se detiene en el momento de mayor conciencia y todo lo tienes que poner en marcha por propia mano.
No eres una persona (¿o sí?); eres una máquina (¿o no?), una máquina/persona. Máquina porque por más que lo intentas no puedes llorar. Persona porque por más que lo intentas no puedes dejar de querer llorar. Entonces descubres que eres un símbolo que lo implica todo. Y te descubres, llorando, como la máquina que se descubre máquina en esta tierra de hombres y fantasmas.
Eso te alegra finalmente, y puedes empezar a vivir esta noche que ya se acaba. Y te olvidas de esta patria, de estos minutos y estas horas; y no has perdido nada porque todo apenas está comenzando.
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