jueves, agosto 24, 2006

sólo hola

chicos, les mando la página www.ayenday.com, donde está el trabajo que sacó mi hijo Alan el año pasado. Soy mamá gallina, por supuesto, pero aún con esta reserva, creo que es un buen producto.
Por el resto perdónen el silencio: la guerra y la postguerra en mi país me tienen por el suelo, especialmente la reacción de Venezuela, que nunca antes ha sido contaminada por el antisemitismo. (Hay quien dirá que esto hoy se llama antisionismo. Whatever. ) También el trabajo, la gripe y la tesis cuyo término ya asoma al horizonte. Lástima. Me gusta estar en proceso de... No recuerdo si fue Fernando Pessoa quien dijo que siempre se sentía mejor en el tránsito que en el destino, pero es una sensación que comparto plenamente.
Paradójicamente mis noticias andan por el lado oficial: entrevista en canal 8, cuento en revista de CNE ( sabian que tienen una revista con página cultural y todo?) Les avisaré cuándo. Y para añadir algo al debate precedente: creo que sería muy difícil encontrar un ciudadano alemán de la edad de Grass que hubiera podido escapar en su tiempo del ejército nazi. Sólo recuerden qué les hacían a los desertores. No modifica mi aprecio por su obra posterior.
Espero retomar el contacto con todos ustedes vía este blog, (qué invención tan buena)

domingo, agosto 20, 2006

Disfraz

¿Cuántas cosas pueden esconderse
detrás de una sonrisa perfecta?

Un corazón atravesado por cien dagas
Flores inodoras
Un río agotado

Ejercito de lágrimas
remolino lento
melodías discordantes

Dolor escapando por las costuras
sueños apocalípticos
un mar dulce


Ayer vi tu sonrisa

Hubiera sido mejor no descifrarla


Beatriz

viernes, agosto 18, 2006

El círculo vicioso

Todo comienza, quizás, con una idea. Con una historia (de las que no abandonan la cabeza) y una resolución del tipo "voy a escribir esta historia". Luego viene el desarrollo (la escritura) y el inevitable desprendimiento de subtramas y personajes que fácilmente pueden pertenecer a otras historias. Así, en el proceso de escribir la primera historia surgen otras muchas ideas que van dándose ellas mismas cierto aire de importancia. Tanto que no puedes dejarlas en el limbo, no tiene sentido dejarlas en el limbo, así que te dices: "bueno, después de terminar de escribir esto, seguiré con aquello". Y así se transforma todo en un mundo giganteso de cosas escritas, escribiéndose y por escribir.

Y la maraña crece y se hace salvaje y monstruosa. Y se te va la vida tratando de escribir todas las ideas, historias y personajes que irrespetuosamente aparecen siempre en esa entelequia que es "la mente" o "la cabeza". Y mientras más escribes más tiempo tienes que dedicarle a la escritura y te asustas porque sientes que la cosa va más allá de los límites de tu propia consciencia, que la cosa es medio diabólica... ¿y si es una enfermedad terminal? te das cuenta que es tanto el tiempo que le has dedicado a escribir, que todo lo demás que sabías hacer y que habías aprendido en una universidad peligrosamente se comienza a olvidar. Después de la negación y el pánico llega la resignación, es cuando no te queda más remedio que tratar de vivir con esto (y si es posible DE esto, aunque esta posibilidad es remota) y decides entonces convertirte en escritor. No sin algo de miedo, porque sabes que los años pasarán (inevitablemente) y la muerte se acercará con un suave respiro que te estremecerá hasta el último hueso, y con un susurro te recordará que aunque hayas intentado escribir todas las historias del mundo siempre habrá una larga fila de notas "por hacer" en el cuadernito negro que con tanto celo guardabas en el escritorio.


Oye Humberto, muy buena esa, es tan bella que parece poesía. Tus reflexiones creo que contienen mucho del misterio de la escritura, de como algunos (locos) caemos en en sus redes y es difícil escaparnos. Me angustia un poco la idea de que la vida pasará y muchos ideas se quedarán en proyectos sin realizar. Sin embargo, me parece impecable.

Néstor

martes, agosto 15, 2006

mas sobre Grass

Aquí la explicación de Grass y pieza más para el debate:


Guenter Grass: "El que quiera juzgar que juzgue" =

   Hamburgo, 15 ago (dpa) - El escritor alemán Guenter Grass, quien
fue fuertemente criticado por mantener en silencio durante décadas
que perteneció al brazo combativo de las SS, defendió en la noche de
hoy en la televisión alemana su tardía confesión.

   Grass, Premio Nobel de Literatura, dijo que se hace cargo de no
haber hablado antes sobre su pasado con las fuerzas hitlerianas y
señaló al respecto: "Seguramente escucharé estos reproches durante
largo tiempo".

   El escritor de 78 años hizo referencia a su autobiografía "Beim
Haeuten der Zwiebel" ("Pelando la cebolla"), que saldrá a la venta el
1 de septiembre: "En este libro eso es un tema, trabajé tres años en
él y ahí está todo lo que quiero decir al respecto. El que quiera
juzgar que juzgue".

   Los críticos acusan a Grass, entre otras cosas, de que podría
haber dado a conocer este detalle de su pasado mucho antes, de que ya
no es digno de su Premio Nobel, o de socavar su integridad moral con
su silencio.

   Grass manifestó al respecto: "Lo que estoy viviendo en este
momento tiene que ver -aunque sea en el caso de algunas personas- con
mucha confianza en mí mismo y conduce a una condena (que lleva a que)
me convierta en una persona non grata y se cuestione todo lo que
tiene que ver con mi vida posterior. Y mi vida posterior estuvo
marcada entre otras cosas por esta vergüenza".

viernes, agosto 11, 2006

Guenter Grass

Muchachas y Muchachos qué opinan.


Literatura-Grass/
SEGUNDA AMPLIACION
Guenter Grass admite que fue miembro de las SS hitlerianas
(agrega reacciones)=

   Fráncfort, 11 ago (dpa) - El Premio Nobel de Literatura alemán
Guenter Grass admitió haber sido miembro de las Waffen-SS (brazo de
combate de las SS) hitlerianas, según declaró al diario "Frankfurter
Allgemeine Zeitung" en su edición del sábado.

   En las biografías de Grass que aparecieron hasta ahora, sólo se
menciona que primero fue reclutado como ayudante de baterías
antiaéreas y luego sirvió como soldado.

   En un libro de memorias que aparecerá en septiembre y que lleva el
título "Beim Haeuten der Zwiebel" (Pelando la cebolla), Grass, nacido
en Gdansk en 1927, relata su infancia en esa ciudad, su vida de
soldado, cómo cayó prisionero de guerra y sus inicios como artista en
la Alemania de posguerra.

   "En retrospectiva siempre lo viví como un defecto que me oprimía y
sobre el que no podía hablar. Esto tenía que ser escrito alguna vez",
confesó. El escritor añadió que durante su desempeño de febrero/marzo
de 1945 hasta que fuera herido el 20 de abril de 1945 nunca disparó
un sólo tiro.

   Grass dijo al diario no haber tenido sentimientos de culpa cuando
pertenecía a las SS. "Para mí, y estoy seguro de mi recuerdo, la
Waffen-SS no eran algo atemorizante, sino una unidad de élite que
siempre era enviada allí donde las cosas se ponían críticas y la que,
como se decía, sufría las mayores bajas", afirmó el escritor.

   Sin embargo, después este sentimiento de culpa lo oprimió en forma
de vergüenza. "Siempre estuvo asociado para mí a la pregunta:
¿habrías podido reconocer en ese momento lo que estaba pasando
contigo?", señaló al diario. Agregó que él ya hizo su proceso de
aprendizaje y sacó sus consecuencias y que su pertenenecia a la
Waffen-SS no es "el tema dominante" de su autobiografía.

   El escritor alemán Walter Kempowski dijo al diario alemán
"Tagesspiegel": "Esto llega un poquito tarde". Sin embargo, agregó
que para Grass también valía el pasaje de la Biblia según el cual "el
que esté libre de pecado, que tire la primera piedra". El biógrafo de
Grass, Michael Juergs, afirmó asimismo en declaraciones al mismo
rotativo que estaba "desilusionado personalmente" y opinó que se
trataba "del fin de una instancia moral".

   En el libro también relata que con 15 años se presentó como
voluntario en la Marina para servir como submarinista, pero que ésta
ya no aceptaba voluntarios. Entonces, según dijo Grass, a los 16
años, en 1944, recibió como toda la clase 1927 la orden de alistarse.
Grass no fue destinado al Ejército, sino a la Waffen-SS en el
invierno de 1944/1945. "En el último año de la guerra la Waffen-SS no
tomó sólo a voluntarios", explicó.

   El escritor nunca ocultó que cuando era joven fue sensible a la
propaganda nazi. Según dijo, en sus tiempos en la Waffen-SS nunca vio
la División Frundsberg a la que fue destinado. Constantemente se
armaban nuevas unidades de combate con los sobrevivientes de otras,
que pocos días más tarde volvían a ser desarticuladas, señaló.

   Como miembro de dos operativos de patrulla, Grass llegó hasta
detrás de las líneas rusas, vivió escenas cruentas de guerra y sólo
sobrevivió, según el mismo dice, por casualidad.

   En los Juicios de Núremberg, las Waffen-SS fueron condenadas como
parte de una organización criminal debido a su participación
abrumadora en atrocidades y crímenes de guerra, con excepción de los
soldados conscriptos incorporados a sus filas.

   Grass narra además en su libro cómo se relacionó con el actual
papa Benedicto XVI, quien también, como él, fue prisionero de guerra
en Bad Aibling, en Baviera. La tirada inicial del libro, de la
editorial Steidl, será de 150.000 ejemplares.



Krina y todos: eso mismo preguntó mi hijo ?cómo pudo mantenerlo oculto todo estos años? Es increible esta historia o es que todos tenemos un lado oscuro que en algún momento sale a flote. No sé.

martes, agosto 08, 2006

Agosto a mi manera

Hola Bea, me resulta conmovedor tu relato de agosto, corto pero preciso. Lo que más me impactó fue que no haces referencia a nuestro lamentable espacio físico caraqueño, es como si estuviéramos hace 10 años atrás, cuando nuestras preocupaciones eran otras. Besos, Néstor


Este agosto, de calores y tormentas, se escurre rápido, y lo vivo a través de la piel y los ojos de otros. Contemplo el mediterráneo en fotos que me envían desde una lejana Sicilia. Hago un viaje imaginario a Tailandia preparando unos langostinos con leche de coco, y con los camarones que sobran, preparo una salsa marinera para la pasta del domingo. Tomo una ducha pensando que mitigo el calor en una vieja fontana romana. Las risas de los niños del edificio vecino aligeran el ánimo, y neutralizo el aburrimiento escuchando al viejo Sinatra
Me tomo ciertas libertades, como dormir unos minutos más en la mañana o escaparme al cine a media tarde a ver una película de algún festival de cine extranjero. Hasta tomo una inusual-para-mi taza de café vespertino en la panadería de la esquina. Contesto e-mails atrasados. Suspiro. Las noticias de guerra ensombrecen mis pensamientos. Repito la sempiterna promesa de leer varios libros durante este extraño mes en que sólo se me permiten unas cuantas licencias, porque no son mis vacaciones, son las de otros, pero ellos me regalan unos maravillosos minutos libres.

Beatriz

lunes, agosto 07, 2006

Caracas tendrá sus propios escribas

Los escritores venezolanos Adriano González León, Eugenio Montejo y Oscar Marcano hicieron pública la creación de Escribas, cátedra de literatura contemporánea que tiene como objetivo principal difundir ese género en un sentido amplio y estimular a los nuevos talentos

Antes de la creación de la imprenta de tipos móviles por el holandés Johannes Gutenberg, la preservación de las obras escritas estaba a cargo de los copistas o escribas, oficio antiguo a medio camino entre lo artesanal y artístico, que consistía en realizar versiones únicas de los textos de cada autor. Al rescate de ese concepto a comienzos de este siglo, un grupo de escritores venezolanos liderado por Adriano González León, Eugenio Montejo y Oscar Marcano ha creado Escribas, una cátedra de Literatura Contemporánea que tiene como principales postulados apoyar la creación de los autores nacionales y difundir la literatura venezolana en todos los géneros. Con un primer ciclo de conferencias patrocinado por Megaproyectos, grupo de empresas vinculado con el ramo de la construcción, esta iniciativa busca ofrecer en -un principio--, talleres de creación y apreciación literaria dirigidos a un público diverso, que abarque desde jóvenes autores hasta cualquier interesado con inclinaciones estéticas. Programados para comenzar a partir del próximo septiembre, estas primeras cátedras contarán con la participación de los autores fundadores y del poeta valenciano Alejandro Oliveros, quien disertará durante dos meses sobre El Diario Íntimo, en dos sesiones semanales de tres horas de duración, cada una. Las cátedras creativas Adriano González León dictará un seminario intitulado Alegría y Misterio de la Escritura, en que los asistentes podrán reflexionar sobre los métodos y prácticas de la creación narrativa desde los sumerios hasta la actualidad. Coincide en frecuencia y duración con el que será impartido por Oliveros. Eugenio Montejo y Oscar Marcano serán los encargados de dirigir el seminario Lectura de las Formas Poéticas y el Taller de Relato Contemporáneo. Ambas actividades académicas tendrán una duración trimestral y serán impartidas en sesiones únicas de tres horas cada semana. Los interesados deberán consignar una síntesis curricular con fotografía, dirección, teléfono y correo electrónico junto a una muestra de dos textos o poemas (según el curso) de su autoría. Además deberá exponer en un folio aparte, las razones de su interés en la cátedra seleccionada. Estos requisitos serán enviados por vía mail al correo electrónico escribas1@gmail.com o a la recepción del edificio Atlantic, piso 5, oficina 1, de la calle Andrés Bello en la urbanización Los Palos Grandes. Uno de los autores involucrados, Oscar Marcano, comentó sobre esta iniciativa: "Con esto nace una institución de largo aliento, que queremos se ocupe, principalmente, de la difusión de lo que está ocurriendo en la literatura venezolana. Podemos decir que en los últimos años en Venezuela está ocurriendo algo, una suerte de despertar, que se está manifestando inclusive en reconocimientos fuera del país. Los jóvenes escritores están escribiendo mucho, esto no quiere decir que la cantidad sea garantía de calidad pero por algo se empieza".

domingo, agosto 06, 2006

Carta a Klara Ostdfeld (parte)

Recuerdan cuando nos decidimos por textos autobiográficos?
He aquí él que he leído en nuestra última reunión:



Estoy todavía bajo el golpe de emoción que no quiero perder y que sentí al leer tus cuentos donde, a pesar de que mi vida ha seguido otros rumbos, veía como en el espejo muchas cosas propias. Los judíos podemos tener historias muy diferentes, pero lo que somos, viene del mismo fondo. Me preguntaste si mis historias son autobiográficas. No, no lo son. Lo que no impide que las historias verdaderas siempre superen la ficción.
A mí no me tocó vivir el Holocausto: nací después, hija de una familia truncada, en la que sólo quedaron con vida mis padres y mi tío materno. Como en todos los casos de supervivencia de los condenados a muerte, los salvaron casualidades imprevistas, milagros tal vez. Él— mi tío — había sido llevado junto con los suyos a Treblinka y logró la hazaña imposible de escapar de un campo de exterminio; ellos, avisados por él, le creyeron lo increíble y saltaron del tren en marcha cuando les llegó el turno de ser deportados hacia el llamado “ campo de trabajo” que no era otro que Auschwitz. Durante varios años sobrevivieron bajo identidades falsas, cambiando constantemente de domicilio, huyendo, viviendo en cuartuchos alquilados y no pocas veces escondidos por familias polacas que arriesgaban sus vidas por la simple chispa de solidaridad humana. Mi madre, que tenía los pómulos altos y los ojos verdes, conseguía trabajos esporádicos. Sus rasgos físicos no delataban que era judía; en cambio mi padre no podía salir a la calle, su nariz aquilina y los ojos pardos —y especialmente la sabiduría triste de esos ojos — despertarían fácilmente sospechas; luego, le obligarían a bajar el pantalón y lo entregarían a la Gestapo. No obstante, sé que salía.
En la película “El pianista” hay una escena donde aluciné por un momento, creí estar viendo a mi padre, de espaldas, vagando entre las ruinas de Varsovia justo después de la guerra en una de esas historias de familia que se asimila de niño como si uno las hubiera vivido.
Mi padre era médico de vocación, le apasionaban los nuevos descubrimientos que tenían que ver con las glándulas endocrinas y ni en las peores condiciones dejó de asistir al laboratorio clandestino de unos médicos amigos suyos (por eso salía, supongo) ni de hacer experimentos con ratas que nunca faltaban y documentarlos por escrito. Ojala le hubiera preguntado datos precisos, detalles… Pero nunca lo hice y hoy no logro imaginarme qué hacía ni cómo se las arreglaba para trabajar en esas condiciones. Es todo lo que sé. Nada pudo quebrar su pasión por el progreso de la medicina, su insaciable curiosidad de un auténtico hombre de ciencia. Al final de la guerra, cuando todos huían de Varsovia, escondió esos trabajos debajo de un escalón en el edificio donde vivían entonces. Poco después el edificio, la calle y todo el vecindario han sido destruidos.
Al inicio de la post-guerra época de pobreza feroz y euforia extrema, (que tú también conociste, Klara: la euforia de estar con vida, con derecho de respira y pisar las calles) el gobierno sueco tendió la mano a los sobrevivientes judíos en Polonia, (ignoro si también en otros países), y mi padre fue uno de los elegidos, con promesa de nacionalización inmediata, buena colocación en alguna ciudad al norte y ayuda económica. Necesitaban médicos y les daban prioridad.
Era una decisión difícil de tomar. A pesar de la ocupación soviética y la instalación del régimen comunista mis padres, Artur (nacido Alter Paltyel) Ber e Irena Makowska ( nacida Rachel Rut Fishman) se sentían unidos a Polonia. Decidieron que el azar decidiera su destino: él iría a Varsovia a buscar esos documentos. Si los encontraba, calculaba que se le abriría el camino hacia una carrera universitaria inmediata en Polonia; si no, irían a Suecia: no había mucho que perder. Los alemanes, en su retirada se habían ensañado con Varsovia empeñados en no dejar ni una piedra sobre otra. Como “el pianista” en aquella escena, mi padre vagaba tres días en las ruinas de la ciudad sin encontrar siquiera puntos de referencia para ubicar la calle donde habían vivido, luego tuvo que cavar entre los escombros a riesgo de su propia vida. No sé cómo lo logró, pero volvió con sus papeles intactos. El destino quiso pues que mis padres se quedaran en Polonia, y todo fue como él lo había imaginado: ese mismo año Artur Ber ha sido nombrado profesor universitario y en poco tiempo se convirtió en una eminencia en su campo, uno de los pioneros de la endocrinología polaca y mundial. A parte de la práctica de la medicina y la enseñanza que nunca dejó, se desempeñaba en prioridad como científico, dirigía el primer instituto endocrinológico del país y hasta contaba entre los privilegiados que podían “salir”: viajaba a menudo a congresos “afuera” (Paris, Viena, Praga) de donde me traía muñecas y juegos maravillosos que no se veían en las tiendas locales. Todo escaseaba en Polonia, no solamente juguetes.
Yo sabía que mi familia había muerto, conocía la historia de la búsqueda en las ruinas al igual que la del tren del que mis padres habían saltado y, sin embargo, jamás sospeché siquiera que fuéramos judíos. Parece loco, pero era así. No podrás creer lo poco que se hablaba de eso, de “la guerra”, como decían entonces. Y de los judíos, menos. Puedo ver ahora que el horror era demasiado fuerte, demasiado cerca, y que para poder vivir había que sepultarlo para siempre. No se podía vivir con el Holocausto. Había que creer que terminó, que el futuro existía, había que proteger a los hijos de la devastación del pasado. Sin olvidar que en aquel régimen aplanador de cualquier pensamiento individual o comunitario no controlado por el partido no se podía hablar mucho con los niños, seres inocentes a quienes interrogaban en las escuelas para descubrir las “disidencias políticas”de sus padres: un apego a tradiciones judías entraba por supuesto en esa categoría. Ellos, como muchos sobrevivientes, lo habían perdido de todos modos. Hace pocas semanas mi hermano, que hoy es ginecólogo en Tel Aviv, viajó a Auschwitz y me pidió buscar en los papeles que tengo los verdaderos nombres de nuestros abuelos: quería rezar kaddish por ellos. Por supuesto, hasta esos nombres sufrieron un cambio póstumo, oficial, a nombres y apellidos polacos… Como muchos otros, mis padres habían apostado a la asimilación, al borrar de las huellas, en un impulso de construirse la vida en esta “nueva” Polonia que era su país a pesar del pasado y de la ocupación soviética, y en la que creían por encima de la represión y el ahogo ideológico que se extendía en todos los ámbitos de la vida. Mi padre que defendía la libertad de la ciencia, se quedó a un pelo de ser enviado a Siberia cuando dio una conferencia sobre sus hallazgos acerca de la hipófisis, a pesar de haber sido advertido de que el comité endocrinológico soviético aún no había aceptado oficialmente la existencia de esa glándula. Eso bastaba para ser culpable de disidencia. Artur Ber se salvó por la campana de la imprevista muerte de Stalin. En el patio de la escuela, iniciamos el duelo con diez minutos de silencio frente a la gigantesca imagen del fallecido que desde siempre había ocupado toda la fachada lateral del edificio adyacente: el camarada Stalín sonreía bajo su bigote de abuelo caucasiano, con una niña feliz en los brazos, rubia como yo, y un gran ramo de flores que le rozaban la mejilla. Lloré tanto que tuvieron que mandarme a casa, donde encontré a mamá llorando también… de alivio. Pero no podía decírmelo.
Yo recibí una educación amplia, liberal y humanitaria que al fin de cuentas es una herencia tan pesada, como lo sería una estrecha y opresiva. A veces mis padres hablaban entre sí en otro idioma y me decían que era alemán, aunque hoy sospecho que hablaban yiddish. Por el otro lado existía el balurdo endoctrinamiento en la escuela y, clandestinamente, también algo de Jesús y Virgen María por parte de mi nana polaca, que me llevaba a escondidas a la iglesia y me enseñaba a rezar. Mis padres, ambos agnósticos, no se oponían: ellos habían crecido en un barrio judío y les había costado mucho aprender todas esas cosas cuyo conocimiento no pocas veces les había salvado la vida. Yo presentía que era diferente, pero atribuía esa sensación a nuestro nivel de vida, la casa grande, al carro propio de papá, a su cultura y sus viajes en un mundo donde se glorificaba la pobreza proletaria y la prosperidad era vergonzosa. De todos modos, lo que me gustaba era leer y escribir. Era una niña precoz que jugaba con palabras.
Aún no había cumplido diez años cuando esa vida se interrumpió de golpe. Era el año 57 y las férreas tenazas del comunismo soviético se estaban aflojando por la primera vez. Me enteré de que éramos judíos —y también la mayoría de mis amiguitas eran judías — y de que muy pronto nos iríamos a Israel, nosotros, y ellas también. Descubrí extrañada la gran “salida del closet” de casi todas las amistades de mis padres, mis tíos y tías postizas: todos eran judíos. A mí, que me había criado en la ignorancia del pasado y en el pretendido paraíso comunista sin prejuicios, no me importaba realmente ser judía o no. Irnos de Polonia y perder el idioma era otra historia. Israel era otra historia y el resto de mi vida también.
Lo que quería contarte era que en realidad nunca supe por qué mi padre había tomado tan bruscamente esta decisión. Nos decía, a mi hermano y a mí, que lo hizo para nuestro futuro, aprovechando la primera ocasión en que Polonia abrió las fronteras para los judíos que deseaban salir. Pero la inmigración fue un golpe muy duro para él. Científico o no, de un país comunista se salía sin un centavo, no era fácil establecerse en el nuevo estado y papá ya no eran joven.
El pasado aflora en pequeños deslumbres inesperados años después, y lo que él no nos decía se me reveló casualmente en la mitad de la década de los ochenta, aquí, en Caracas. En una pequeña reunión en la casa de la señora Lena Braun, fallecida el año pasado, conocí a una amiga suya que vino de visita desde Argentina, era pediatra y originaria de Polonia. Mi apellido de casada, Da Costa Gomes, que he adoptado a la usanza polaca e israelí, no la convenció, y quiso conocer el de soltera. Al oír el nombre de Artur Ber se quedó de una pieza y se emocionó mucho al comprobar que, efectivamente, mi padre fue su profesor en la escuela de medicina en la universidad de Varsovia. Lo recordaba perfectamente: era muy admirado y querido.
La pediatra argentina todavía recordaba una conferencia que dio en los principios del año 57. Como de costumbre, al concluir, dejó el espacio para preguntas. Nadie tenía preguntas esa vez fuera de un estudiante rubio y con ojos insolentes que levantó la mano: él si tenía una pregunta: ¿Por qué dejaban que un sucio judío impartiera clases en una universidad polaca.?
En el horrorizado silencio que siguió el profesor abandonó el aula sin decir palabra y los estudiantes, indignados, fueron a denunciar el incidente a las autoridades universitarias. El antisemitismo era oficialmente prohibido, terminado, relegado a las vergüenzas nacionales del pasado y considerado un delito. Sin embargo, ese muchacho no fue expulsado, él y su grupito seguían pavoneándose en las aulas y los corredores de la institución, proclamando abiertamente eslóganes antisemitas.
Parecía muy extraño, dijo la pediatra argentina. Era obvio que los estaban protegiendo.
No recordaba si fue la misma semana o la siguiente cuando mi padre renunció a su cargo y solicitó oficialmente el permiso para imigrar a Israel. Se había convencido de que nada podía extirpar el odio. No se podía dejar de ser judío, por más que uno lo quisiese.
Tu libro me ha inspirado, Klara, como ves… Quise contarte también este cuento mío —¿conjunto de cuentos?— esta vez nada ficcional. ¿Cómo no iban a conmoverme tus relatos donde resuenan tantos ecos conocidos?
Las historias de los judíos pueden ser muy diferentes, así como sus vidas, y sin embargo son como barcos que se dispersan en la superficie del mar con el mismo pesado ancla clavado en la arena de los tiempos.

Caracas, mayo 2005