miércoles, diciembre 21, 2011

La Mosca (tratado de entomología)

[Fragmento]

El gobierno trató de mantener la masacre en secreto. En el momento, la policía encaró las investigaciones con dedicación, incluso con entusiasmo. Al poco tiempo el caso se fue enfriando. Las circunstancias del crimen, cada vez más oscuras e irracionales, desconcertaron a los funcionarios. Se sentían frustrados porque nada tenía sentido. La cantidad de homicidios por atracos y narcotráfico terminó sepultando las investigaciones en un mar de papeles. Al poco tiempo, ya nadie recordaba a los cinco empleados del Ministerio de Ciencia y Tecnología que murieron despedazados en un laboratorio. Todo se había olvidado.
Después del incendio en los archivos de la policía, aparecieron unos documentos que eran parte del sumario policial que se había abierto por la investigación del crimen. Nadie quería reabrir el caso, pero un amigo periodista me llamó y me dijo que los bomberos se habían llevado unas cajas que parecían estar totalmente chamuscadas. Como mi amigo se encargó de cubrir la noticia del incendio en la policía tuvo acceso a las cajas. A nadie parecía importarle el contenido, es más, los agentes de policía parecían estar aliviados porque parte del archivo se hubiera quemado en el incendio. En las cajas estaban los documentos, interrogatorios y algunas fotos del crimen de los investigadores del ministerio. Las cajas llegaron a mi despacho hace dos meses. Todavía estoy tratando de poner en orden mi cabeza.
Abrí la caja y dispersé sobre el piso de la sala de mi casa todas las carpetas y documentos sueltos que había en ella. No todo era legible porque efectivamente el incendio había ennegrecido varios documentos. Se podía ver con claridad una serie de fotos y las transcripciones de varios interrogatorios. Había, además, dos CD que estaban etiquetados como Videodiarios.
Veo el piso de la sala de mi casa y no veo nada. Nada relevante, nada significativo. Veo una superposición de cosas, documentos, papeles, fotos. Pero nada sale de ellos. Me convenzo de que no podré resolver el crimen, de que no podré ni siquiera sacar un gramo de verdad de esos papeles. Sin embargo, colocar unos encima de otros, una foto junto a un interrogatorio, un manuscrito tras un video, una grabación al lado de un retrato hablado, me permiten armar un juego, me permiten armar un personaje, una trama; no el crimen sino un crimen.
Sigo sacando papeles. Dentro de un sobre amarillo había un manuscrito de un libro, al menos la portada estaba diseñada como portada de libro. Tenía un título que no dejaba de ser enigmático, escrito además en un tipo de letra inusual, la Old English: De las frágiles fronteras entre la luz y la oscuridad y los hombres y los insectos. Debajo del título había un subtítulo, éste sí escrito que una letra que parecía Garamond, que decía: Tratado de entomología. Y más abajo: Escrito por Andrés Delambre. El texto tenía, además, una mosca que estaba adherida a la primera página por un alfiler. Una vez dispuestos todos los documentos en el piso, colocados allí más o menos al azar, más por razones formales (color de las hojas, tamaño del papel) que por el contenido, comienzo el proceso de hacer hablar cada uno de esos registros.

Las fotografías:
Fichadas bajo el código F-0237 en el expediente 0027-HM.
Las puertas de la oficina se abrieron y en una ráfaga de luz los cuerpos se ofrecieron a los ojos de los funcionarios de la policía en toda su macabra presencia. Se hacía difícil mantener el pesado silencio, el horror de las muertes exigía un desahogo de las miradas abrumadas por la sangre y los olores saturados de la carne lacerada. Cinco cuerpos se abrían y se extendían sobre el piso de la oficina como si el asesino hubiese querido cubrir toda el área con la piel y las vísceras de las víctimas. La sangre cubría cada centímetro del piso y, como si fuese una cueva primitiva, las manos rojas que se pintaban en las paredes parecían escalar y huir hacia el techo.
El fotógrafo forense tomó las fotos sin saber que en los acercamientos y los encuadres en los que las heridas se abrían en todo su esplendor estaba construyendo un discurso que superaba el asesinato mismo. En esas fotos se estaba creando una ruta de heridas y órganos que asumían el protagonismo estético de un cuadro que se asumía autónomo. Las imágenes parecían flotar mostrando la manera en que podía abrirse un tórax y dejar escapar una exhalación roja. La mirada se adentra en los cuerpos. Siluetas extrañas que se colorean en diferentes tintes marrones y ocres. Masas informes. Piel cerúlea. Close-ups de rostros dormidos. De repente, desde el fondo, un cuerpo dividido por la cintura. Dos mitades de lo que en un tiempo fue una unidad. Una división binaria en la que cada parte, de nuevo, se divide en dos (cuatro partes desprendidas de la idea misma de lo Uno: brazos, piernas). Una ramificación del cuerpo. La división continúa y la masacre se vuelve irreconocible.

Detengo mis pensamientos alrededor de las fotos. No puedo verlas de la manera en que las estaba viendo, como si fuese una puerta a un terreno inerme y devastado, como lo es todo recuerdo. Prefiero, por ahora, no verlas. Regreso las fotos a su lugar en el piso de mi sala y me siento intrigado por los CD. Tomo uno de ellos y lo pongo en mi computadora. En uno de los documentos de la policía se especificaba que los videos fueron encontrados en la computadora de Andrés Delambre, uno de los científicos que trabajaba en el Ministerio cuando ocurrieron los asesinatos. Descubro en un comunicado escrito por uno de los inspectores asignados al caso que Andrés D. se convirtió rápidamente en uno de los principales sospechosos. Ese día fue a trabajar muy temprano dice el comunicado su conducta frente a sus compañeros había cambiado, se sentía superior, como si lo hubiesen nombrado jefe del departamento, su actitud era muy prepotente a pesar de que era un empleado de reciente ingreso. El ciudadano Andres Delambre desapareció el mismo día del crimen. Ha sido imposible ubicar su paradero. En palabras de la conserje del edificio donde vivía: se esfumó.

Video N°1. Videodiario de Andrés Delambre. Agosto 2000. En el video aparece Andrés D. en un cuarto, probablemente el de él. Es de noche (se puede ver la ventana al fondo, además, la luz es cálida, amarilla, hay lámparas encendidas). Al fondo se ve una biblioteca, no se distinguen los libros. Andrés D. parece tranquilo, solemne, como si quisiera hacer un anuncio importante.

Hoy fue mi primer día de trabajo en el Ministerio. Un día extraño [Se queda mirando un punto fuera de cuadro, en el vacío] Llegué muy temprano, quizás dos horas antes de la hora de entrada. Un guardia de seguridad se me acercó y me pidió mi identificación, qué imbécil, les dan un territorio de poder y se creen superiores. En fin, le dije que estaba empezando ese día. Me dejó esperando en la calle hasta que finalmente salió este tipo bien misterioso, Galíndez, quien me condujo por los sótanos del edificio, me mostró los laboratorios y me explicó los detalles del trabajo. Aún no entiendo muy bien la intención de los cruces genéticos entre especies de insectos, algunos de ellos venenosos, algunos escarabajos, como el Hércules, con fuerte coraza, pero me entusiasma la idea de regresar a los laboratorios a trabajar con insectos. [Otro largo silencio, otra mirada perdida] De resto, no pasó nada interesante.

sábado, diciembre 17, 2011

El retorno es lento, pesado y sin brillo, sin ilusiones, como el de un soldado que vuelve a casa después de una guerra perdida. Pero sí, estoy volviendo. Me han dicho que iba a ocurrir, que el tiempo lo cura todo. Me han dicho cantidades de lugares comunes como ese, irritantes, imposibles, consuelos trillados, y no me he creído ninguno. Y sin embargo de vez en cuando me veo en el espejo y reconozco con cierta extrañeza que esa soy yo y hasta, a veces, muy raras veces, tímidas ráfagas de color iluminan el pozo en que estoy atrapada. Porque el duelo es como un pozo, un cráter que queda después de que cae la bomba, el vacío voraz de la pérdida.
Y qué mejor retorno a este hogar de los taparenses que con ese evento el sábado 10 en Kalathos, donde 12 poetas venezolanos leyeron traducciones de Czeslaw Milosz, Wislawa Szymborka, Krystyna Rodowska (mi tocaya: Krystyna es mi nombre original) , Tadeusz Rozewicz, Anna Kamienska y AdamZagajewski, entre otros.
Nunca me habría imaginado en ese lugar y compañía leyendo yo también, en polaco, algunos de esos poemas que creía olvidados pero que me habían hechizado cuando era muy joven y que guardo toda la vida en la gaveta de mi mesa de noche. Libritos pequeños, edición mil novecientos sesenta y tanto, manchas de vejez en sus tapas. Estaba ahí de coleada, porque no soy poeta ni tampoco polaca, y sin embargo, estaba ahí leyendo Szewczyk (El Zapaterito) de Boleslaw Lesmian y Enmascarada de Maria Pawlikowska Jasnorzeska en el idioma que no entendía nadie. Era insólito. Era auténtico. Era reconectarse a través de los años con algo esencial por el atajo misterioso que está en los versos y en el lenguaje.

He aquí uno de los poemas de ese evento, leído en español por Patricia Guzmán:
-La plegaria de los no creyentes.

PETICIÓN / de Anna Kamienska
traducción de Anna Sobieska y Antonio Benitez Burraco

Señor devuelve a las cosas su esplendor perdido
reviste al mar con su magnificencia de siempre
y vuelve a cubrir los bosques con sus variados colores
retira la ceniza de los ojos
limpia el amargor de las lenguas
haz caer agua pura que se mezcle con las lágrimas
permite que nuestros muertos duerman en el verdor
que nuestro obstinado pesar no logre detener el tiempo
y que el corazón de los vivos florezca con el amor.